LA MATRA

Fue sólo tocar la “matra” y sentir el sacudón. El tiempo y el entorno se borraron. Un temblor sacudió su cuerpo y tuvo que contener el llanto.

El grupo había llegado al Restaurante del Museo atraído por el aura de historia y misterio que se escondía tras su nombre sugerente. Al primer golpe de vista, desde la vereda, se podía apreciar la elegancia y la calidez del lugar. Sobre las mesas, la luz de las velas dibujaba extrañas figuras en las copas de fina cristalería y en la vajilla impecable. Todo estaba envuelto en una semipenumbra.

En el interior, las paredes y el techo, en cálidos y armoniosos colores combinaban elegantemente con los cortinados y la mantelería. Sin embargo, carcomidas baldosas en damero eran mudos testigos del paso inexorable de los años, marcando un mágico contraste e instalando una inquietante sensación de atemporalidad. El decorado era sobrio. Los mozos y mozas, vestidos con camisa o blusa blanca y largo delantal en blanco y negro, esperaban a los comensales en la puerta. Los recibían con simpatía y cordialidad. Llamaba la atención la belleza y prestancia de las dos mujeres y los dos hombres. Todo el ambiente transmitía elegancia y fina sencillez.

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