La duna era una ola adormecida:
una ola de arena blanda y fina.
Caímos en su almohada de rodillas
y jugamos pasar allí la vida.
De rodillas, filtrando entre los dedos
la arena rosa, parda y amarilla;
ocultando en su fuga los pies lentos;
construyendo montañas y colinas.
¡Qué tibia su caricia soleada
por los soles ardientes de cien días!
¡Qué dulce el ahondar de la pisada
que cava los hoyuelos de su risa!
La duna es el recuadro de mi valle:
mil olas no hace mucho removidas
por el viento monótono y salvaje.
La duna es el paisaje de mí misma.
«La duna» pertenece a NEUQUINA, el primero y quizás el más conocido y leído de los libros de Irma Cuña. NEUQUINA se publicó en 1956, en su juventud, y a decir de los críticos, «es la piedra basal del universo poético que Irma Cuña alumbró con distancias y acercamientos al paisaje austero y siempre mágico que nace de ese extraño maridaje entre el valle y el desierto».1
Se reconoce aquí el paisaje del Neuquén natal de Irma, más que una ciudad, un caserío rodeado de bardas arenosas y ríos cercanos. Las dunas poblaban el Neuquén de mediados del siglo XX; arenosos montículos que el viento trasladaba en un oleaje terroso que opacaba el aire. Los habitantes de entonces convivían con el viento y las dunas que poco a poco la urbanización fue alejando y aquietando. Hoy, más que una descripción, «La duna» es un testimonio de la vida de las primeras décadas en la valle del Limay y el Neuquén.
1 – Gerardo Burton en «El calmo estallido de la poesía», Prólogo a POSÍA JUNTA, de Irma Cuñam Buenos Aires, Ed. Último Reino, 2000.