EDUCACIÓN: LITERATURAS REGIONALES E IDENTIDAD

Introducción

Este artículo corresponde a un avance de investigación realizado sobre un corpus de textos literarios escritos en una región muy vasta de Argentina: la Patagonia. Se ha tomado el tema del viento como hilo conductor del análisis que se propone congregar el mayor número posible de piezas producidas en esta geografía en la que el viento es algo más que una masa de aire que se desplaza, más que un fenómeno atmosférico, climático, para ser una presencia que surge personificada en poesías y narraciones.
No obstante, el análisis literario no es, en este caso, el objetivo final, sino que se utiliza como una estrategia de fundamentación del valor de las producciones regionales a la hora de poner en contacto a nuestros alumnos no sólo frente a los contenidos literarios que les brinda la escuela sino también con su entorno cultural y afectivo. Esta propuesta se genera en la observación de un hecho que consideramos importante: la escasa o nula presencia de la literatura regional en las currículas escolares, al menos en las escuelas de la región que nos ocupa. Por esta causa, se ha intentado delinear un contexto de apreciación adecuado para fundamentar una tesis: la inclusión de obras literarias regionales fortalece la identidad de los alumnos de la región en cuestión.

Desarrollo

Entendemos la globalización como un conjunto de procesos que reúne a gran parte, por no decir a la totalidad del planeta, en el que se intensifica la interconexión e interdependencia de diferentes sectores de la sociedad, incluso aquellos que se encuentran muy distantes. En este orden, el fenómeno pone en relación los más variados campos del saber científico y técnico a escala mundial. Nuevas tecnologías de información y comunicación son un elemento nuclear de la globalización. Estas se han introducido en el quehacer educativo sin modificar sustancialmente las formas de enseñanza y aprendizaje. Inevitablemente, la educación deberá sacar partido de esta tecnología, dado que cada vez más es usada tanto para la búsqueda, registro y exposición de contenidos temáticos en todos los niveles, como también para la enseñanza a distancia y en la formación de estudios superiores de grado y postgrado.

Sin embargo, la escuela ha demostrado a escala planetaria no estar suficientemente preparada y menos aún equipada para hacer uso de estas nuevas herramientas y cumplir su función educativa con eficacia. En medio de un violento reacomodo de valores, las instituciones docentes y los claustros ensayan cambios curriculares y nuevos modos de actuación que los ayuden a orientarse y desarrollar mejor su trabajo, protegiendo y cultivando los principios más caros a la especie humana, a sus tradiciones nacionales y a su peculiar idiosincrasia.

Examinando otro aspecto en relación con el anterior, resulta propicio recordar que nuestro sistema educativo se ha construido, en la mayoría de los casos, sobre un pretendido principio de uniformidad. Una población áulica conformada por alumnos de muy distintas características económicas, étnicas, socioculturales, intelectuales, etc. ha sido considerada un obstáculo para el buen desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje. Esta tentativa de aplanamiento y regularización de culturas, de pérdida declarada e irreparable de lo que identifica la esencia y la apariencia de los distintos grupos humanos no favorece, precisamente en nuestro caso, el fortalecimiento de los distintos rasgos sociales y culturales, semejanzas y diferencias que conforman las identidades regionales, nacionales y también latinoamericana.

Afortunadamente hoy, los distintos campos disciplinares descubren una realidad que de tan eviedente había pasado desapercibida, y nos invitan a trabajar atendiendo a la diversidad, entendiendo este concepto en su sentido más amplio. Esta atención va mucho más allá de la propuesta de ser tolerantes frente a las diferencias. También va mucho más allá de ser respetuosos frente a las diferencias. Esta propuesta parte de la base de que todos somos diferentes y esa es precisamente la condición que nos hace humanos: un ser único e irrepetible. De esta forma, entendemos la diversidad como algo natural, que sin embargo, no siempre se refleja en nuestros contenidos curriculares, y no siempre está presente en el momento de desarrollar todo el proceso educativo.
En este complejo universo, sería de esperar que la escuela contribuyera al desarrollo del pensamiento en esta nueva etapa, en la que por un lado debe preparar a sus alumnos para una insención eficaz, efectiva, dentro de ese concierto global; por otro, debe trabajar auduamente para fortalecer todos aquellos aspectos de la cultura y la tradición que generen un sentimiento de pertenencia a un imaginario social colectivo, dentro de una comunidad. Para esto, es imperiosa la revisión de nuestros currículos, la relevancia de nuestros contenidos, estrategias y metodologías para que se logre una sólida formación tanto científica como humanística. Para organizar esta nueva cruzada por el derecho irrenunciable de defender la identidad de nuestros pueblos, es preciso ante todo acudir a algunas definiciones esclarecedoras, en primer término sobre el propio concepto de identidad.

El problema de la identidad.

Para definir “identidad cultural” hacemos nuestro el concepto propuesto por Ruedas de la Serna como “fisonomía de una comunidad que puede percibirse por la persistencia de ciertos rasgos culturales que determinan su carácter específico” (Ruedas, 1985: 33) Esta indicación dirigida hacia la permanencia de componentes culturales en la historia que marcan la especificidad de una comunidad o nación, es exhaustivamente analizada por José Luis Barcárcel cuando expresa que
“Identidad no es un conjunto fijo, definitivo, de manifestaciones características dadas, inmutables, de peculiaridades diferenciadoras totales de grupos o sociedades humanas, sino que es una activa y dinámica síntesis cualitativa de expresiones acmulativas, connotadoras de relaciones, de comportamientos social e históricamente producidos”.

Y tras apuntar que se encuentran condicionadas por otros procesos de índole socioeconómica y política, precisa que “es históricamente susceptible de variantes, cambios y modificaciones en consonancia con la dinámica propia de las sociedades en que se desarrollan, con lo que deja sentado que estos procesos tienen un carácter dialéctico, que autorreguladamente elimina rasgos que pierden pertinencia y asimila otros adecuados a sus características. Todo ello le permite arribar a una conclusión de suma importancia:

“Nuestra América no tiene una sola identidad, posee una identidad común general y diversas identidades particulares semejantes, cuya relación conforma lo que aquella constituye: como la totalidad está compuesta de las particularidades, la unidad está integrada por lo diverso afín o más o menos afín. Así, de las semejanzas, afinidades y similitudes que se dan dentro de lo diverso, se camina hacia la unidad que conduce a lo general: la identidad de Nuestra América” (Balcárcel, 1992: 84-85)

De esta forma, la identidad latinoamericana constituye un proceso dinámico de configuración permanente de lo general común a partir de lo particular expecífico que se corresponde, obviamente, con el carácter peculiar de la cultura de la región, conformada como resultado de factores constituyentes diversos que dieron origen a un producto nuevo que a su vez genera nuevos elementos consustanciales a él.

Cuál es nuestra identidad regional?

En el caso de nuestra Patagonia, la región que nos ocupa, basta una mirada a la toponimia reflejada en los mapas para advertir que las denominaciones responden a dos grandes grupos lingüísticos diferentes: el del blanco, colonizador, inmigrante, y el de los pueblos originarios precolombinos. En nuestro trabajo como docentes, es suficiente observar las características fisonómicas de nuestras poblaciones áulicas, en cualquier lugar y en cualquier nivel, para inferir que nuestra sociedad se conforma con la misma constante que refleja la toponimia.

Se ha hecho referencia a dos grandes grupos: nativos y blancos. No obstante, no hay uniformidad en la composición de cada uno de ellos. Científicos de diversas áreas intentan reconstruir un panorama poblacional de los pueblos mativos regionales. Además, como todos sabemos, el ingrediente blanco ha congregado elementos de muy diferentes orígenes a lo largo del proceso de poblamiento, esto es, a partir de la aparición de los primeros europeos en el siglo XVII; la gran inmigración de fines del siglo XIX y principios del XX, la ocupación militar, la reducción y desplazamiento de la población nativa y el repoblamiento del territorio con migrantes de provincias vecinas, transcordilleranos y de ultramar.

La provincialización y la concreción de las represas Chocón-Cerros Colorados, entre otras, atrajo a sectores populares como fuerza de trabajo y a profesionales y técnicos que se sumaron a quienes llegaron con las empresas multinacionales, provocando, a comienzo de los años setenta, una explosión demográfica que modificó el mapa poblacional y la infraestructura edilicia, principalmente en los sectores urbanos, lo que conlleva la modificación sustantiva de pautas sociales, económicas y políticas en los pobladores.

Al observar esta realidad, es importante que seamos conscientes de que el proceso de conformación de nuestra identidad se hizo con la fusión de los más variados aportes, cada uno de los cuales pudo y podrá sumar una serie de características que lejos de fragmentar y empobrecer nuestra cultura, puede y debe ser entendido como un factor de enriquecimiento dentro del marco de la atención de la diversidad.

Conclusiones parciales: el trabajo docente.

El proceso de globalización beneficia y viabiliza un notable grupo de renglones en las relaciones internacionales. Pero en las circunstancias en que los medios masivos de comunicación pertenecen a una elite hegemónica transnacional, el tránsito declarado hacia una “aldea global” amenaza seriamente la identidad de las naciones dependientes, promoviendo la uniformización cultural hasta los estándares exigidos por el Primer Mundo. Esta tentativa de aplanamiento y regularización de culturas, no puede ser aceptada con mansedumbre, indiferencia, resignación o apatía por los sectores periféricos. Es aquí donde consideramos que la escuela, y dentro de ella el trabajo conjunto de docentes y alumnos, tiene, o debería tener, un protagonismo trascendental en la preservación de los valores identitarios culturales nacionales y regionales.

Sin embargo, el educador no es una personalidad aislada, sino un miembro de un grupo en el cual interactúa. La conformación de un ambiente solidario, participativo y de responsabilidades compartidas es el prerrequisito indispensable para alcanzar la unidad de acción del colectivo pedagógico en función de la salvaguarda de una identidad que es patrimonio de todos.
Dentro de este marco: ¿qué pasa con el libro?

Una de las facetas puestas en relieve en los últimos tiempos por la didáctica y la pedagogía, principalmente en el área de lengua, es la enseñanza de un desempeño fluido en la oralidad y la fonética, con especial énfasis en el nivel inicial y primario, como contenido formativo indispensable para una eficaz adquisición posterior de la lectoescritura. En el nivel inicial, no se espera que necesariamente los alumnos completen su proceso de alfabetización, sino más bien que progresen en su adquisición del lenguaje y sienten las bases que más tarde serán el soporte del aprendizaje de la lectura y la escritura. De este modo se valorizan situaciones de enseñanza y aprendizaje como el “momento de compartir” y la lectura y comentario de diferentes textos muchos de los cuales adoptan forma de libro.

Ya en el nivel primario y medio, el libro se posiciona como un elemento indispensable de trabajo, y mucho se ha dicho ya, por un lado, de la inconveniencia de la fotocopia, y por otro, de lo contradictorio del valor de los libros en función de la circulación que deberían tener en la escuela. De manera que el libro, como soporte de un texto escolar, en nuestra cultura escrituraria, es indispensable tanto para la enseñanza y el aprendizaje de la lengua escrita como también de la lengua oral, y por lo tanto, del proceso de adquisición del lenguaje, de la alfabetización y, posteriormente, de una eficaz lectoescritura. En relación con la identidad, el libro puede operar, usando términos literarios, como ayudante o como oponente del desarrollo del conflicto. Y que opere de un modo u otro, lo convierte en el fiel de la balanza que inclinará el trabajo docente-alumno hacia un fortalecimiento o un debilitamiento de ese sentimiento de pertenencia a un determinado imaginario social compartido.

El libro, como valor de mercado, es puesto en circulación por las editoriales, no siempre teniendo en cuenta su valor literario y menos aún su valor pedagógico.Por otra parte, la promoción editorial presenta, en muchos casos, atrayentes fichas de trabajo que simplifican de manera notable, hasta la lectura del docente, al punto que ésta, la lectura, podría ser omitida y la clase podría llevarse adelante a pesar de esta ausencia. Además, en la mayoría de los casos, se seleccionan obras de autores consagrados, ya sea entre los clásicos universales o nacionales. Frente a este producto del mercado editorial, existen también libros escritos, generados, producidos por escritores de todas las regiones a lo largo y a lo ancho del país, que sólo excepcionalmente llegan a leerse en las aulas de nuestras escuelas. Y son este tipo de producciones las que se desean destacar en esta oportunidad.

En relación con todo lo expuesto pero en otro orden de cosas, además de la oralidad y la fonética, la didáctica y la pedagogía intentan recuperar el relato como herramienta de trabajo áulico. Todo relato, ya sea de la tradición oral o escrita. En este sentido, la defensa del relato como parte de la vida social, está vinculada a una necesidad de sostener el conocimiento del mundo, con especial atención en el mundo inmediato de los educandos, independientemente de reflexiones particulares, didácticas, moralistas o ideológicas. Sucede que la narración de vivencias, historias, anécdotas, posicionan al lector dentro de universos alternativos conectándolo con una tradición, que puede ser literaria, social, o ambas cosas. Frente a una sociedad que tiende peligrosamente al individualismo y al aislamiento del sujeto, la recuperación del relato y el fortalecimiento de las prácticas narrativas, parecen ser buenas herramientas de cohesión familiar y social.

Ya en el plano estrictamente textual, el relato constituye un tipo de texto que sostiene una superestructura tal que contribuye con una práctica en la organización del pensamiento en los niños, quienes al internalizarla, adquieren estrategias de uso tanto de la lengua oral como de la lengua escrita, en el caso de tener que referir otro texto narrativo. Además, la experiencia indica que los niños, y también los adultos, somos especialmente proclives al seguimiento de la lectura o referencia oral espontánea de relatos.

Por todo lo expuesto, la propuesta en este caso, consiste en sugerir la inclusión de obras literarias regionales en los programas escolares, como parte de los textos a compartir entre docentes y alumnos en el proceso de enseñanza y aprendizaje de la lectoescritura, al lado de las obras nacionales y universales. En el camino de una valoración de esta literatura, se cree conveniente superar la instancia de simplemente la lectura y se desarrollen, en base a ella, actividades áulicas con distintos objetivos.

A modo de ejemplificación de estos estudios y actividades, se incluye un trabajo realizado tomando un corpus de obras literarias patagónicas, siguiento un eje temático, que en este caso, se trata del viento.

EL VIENTO EN LA LITERATURA PATAGÓNICA

La literatura patagónica está soplada por el viento. Basta recorrer la obra de distintos y distantes escritores de todo el territorio patagónico para comprobarlo: de una u otra forma este Gran Señor imprime su presencia aquí.

Para acotar el término y evitar ambigüedades, en este trabajo se tomará la denominación “literatura patagónica” para nombrar todas aquellas obras que son producidas por habitantes de esta región, sean o no oriundos de ella, describiendo sus paisajes, caracterizando a sus habitantes, refiriéndose a sus problemáticas sociales, políticas y económicas. No es mi intención polemizar sobre este término sino únicamente reunir una serie de obras literarias en torno a un eje temático. También es válido aclarar que, literariamente hablando, éste es un tema que de ningún modo se agota en los textos que hoy se exponen y menos aún en las conclusiones a las que se ha podido arribar.

En este caso, se han tomado producciones líricas y narrativas de escritores que habitan o que han habitado en la Patagonia, y que han tratado, de un modo u otro, el tema del viento. Y es notorio cómo en estas obras el viento es una presencia que trasciende lo meramente atmosférico. Ocurre que el viento patagónico no es cualquier viento. Es una fuerza que modela y moldea, que forma el carácter de los sureños, ya sea que guste o no guste percibirlo. Dice nuestra Irma Cuña en su conocido poema “El viento”:

“EL VIENTO”, de Irma Cuña

El viento de mi valle
remueve los momentos;
su pardo torbellino
girando por el pueblo
reseca la garganta,
azota los cabellos,
y ciega y enmudece
los labios pasajeros.

¡Oh viento, viento largo!,
-sacúdeme por dentro;
dispersa mis antiguas
memorias y recuerdos;
arrastra los temores
porfiados como el tiempo
y deja entre mis manos
la calma del desierto.

¡Oh viento, viento mío!
-Sentirse como el eco
de todas las palabras
que nunca se dijeron;
saberse como el ansia
de llama de los leños
oh viento, es más oscuro
que tu furor reseco;
oh viento, es más terrible
que abandonar el sueño.

El viento de mi valle,
monótono y eterno,
alisa entre sus palmas
los rostros del silencio.
¡Volverse como duna
rosada entre sus dedos,
y estarse sin paciencia
mirando y comprendiendo!

¡Oh viento, yo quisiera
latir desde tu aliento!

Irma no escatima verbos en en sus imágenes de movimiento en relación con la acción del viento; el viento reseca, azota, ciega, enmudece, sacude, dispersa, arrastra, pero principalmente, moldea, “alisa entre sus palmas los rostros del silencio”. El viento es acción sobre la gente del valle; pero principalmente, es acción sobre el yo lírico, quien le habla al viento como si éste le pudiera responder.

Pero no es Irma solamente la que conversa con el viento. El cutralqueño Argentino G. Suárez describe como hablando con el viento, esa situación que tanto conocemos quienes vivimos en esta región: la mañana se presenta hermosa, soleada, y en cualquier momento “se larga el viento”. Aparece de la nada, y puede lograr dimensiones impresionantes al punto de voltear viviendas desprevenidas.

VIENTO SUR (Zamba)de A.G. Suárez

De la nada aparecías
y con la arena al bailar
en tu andante remolino
comenzabas a soplar.

Algún ranchito cansado
de tu furia soportar
aflojaba en su porfía
y se echaba a descansar.

Estribillo

Viento Sur …
Viento Sur …
Dando altivez a la vida
del habitante del sur.

De soledad y distancia
incansable corredor
mensajero del desierto
patagónico señor.

Tu poncho de polvareda
siempre tapando el azul,
bravo hermano de esta tierra
infaltable Viento Sur

Estribillo

Viento Sur …

La personificación recorre toda la poesía; el viento es un señor patagónico, un bravo hermano de esta tierra: es el motivo de la altivez sureña. El viento no es solamente un fenómeno climático; es un hermano, un amigo, un compañero. Quizás por el contacto con la cosmovisión indígena, quizás porque son sentimientos comunes a los seres humanos.
Semejante a los conceptos y a los recursos líricos de Suárez se presentan los de Adelina Figueros, poetisa de Plottier, el viento es furibundo, impiadoso, rugiente, pero por sobre todos estos adjetivos se impone el epíteto, Señor del Desierto.

EL VIENTO RUGE SUS ACECHANZAS DE DESIERTO

ADELINA FIGUEROA: VIVENCIAS II

Viento que acechaste sin piedad un día,
rompiendo los surcos, volando semillas
de aquellos colonos que a palas y hachas
labraron la tierra, sudaron la vida.

Ya, aquieta tu furia, dásela a los cerros.
Aquí sólo quedan algunos recuerdos,
como el de este pueblo que abona su tierra:
una pastorcita “criolla del desierto”.

Su vieja tapera te impuso respeto;
rugiste incansable, te ganó el progreso.
Te imploro: no arrases del todo con ellos,
con los surcos nuevos de aquellos pioneros.

Un fortín seguro, si querés, te ofrezco.
Ya tu espalda gacha busca en el acecho.
Con alma de hierro naciste y comprendo
porqué del apodo “Señor del Desierto”.

Carlos Mercapide, un poeta nacido en Ingeniero Jacobacci y que actualmente reside en la ciudad de Viedma, va a escuchar el viento, a verlo, a sentirlo; y a sentir por medio de él “todas las voces”, a sentir su olor, su sonido, a verlo con el sol y a no verlo con la oscuridad. En su poema “Leñero”, describe, en su personaje Juan Castillo, una figura familiar para quienes han vivido o viven en las zonas rurales, la figura del trabajador del acha, encargado de sacar leña en el campo: “ … con los parpados cerrados /aguanta que el viento pase,/lo entierre un poco en la arena,…” Este personaje tan bien caracterizado por Cali, abunda en las zonas rurales patagónicas. Algunos son leñeros; otros, con otros oficios: cosechadores, alambradores, pastores, petroleros, operarios que hicieron los primeros gasoductos a pico y pala. Todos debieron soportar los embates del viento como Juan Castillo.

No se puede dejar de mencionar a Gregorio Álvarez, en su «Canto a Zapala». Como no podía ser de otra manera, menciona al viento que permanentemente castiga a esa ciudad: a la perla engastada, pero “…más a pesar de la furia / de los recios elementos, / mucho te quieren tus hijos,…”. El amor de los zapalinos convierte todas las inclemencias del tiempo en factores favorables para el desarrollo y el progreso de Zapala.

ME VOY A ESCUCHAR EL VIENTO
CALIDEJACOBACCI (Carlos Mercapide)

Me voy al Sur, a escuchar el viento,
y a verlo,
a verlo jugar (y vagar) entre las cosas que quiero.
A sentir cuando se llena de gritos,
y saber que es en él,
donde se cuelgan las voces, las frases,
cuando se van,
cuando terminan.

A escuchar el antiguo soplar,
del vagabundo,
el ancestral, el oculto sonido del paisaje.
Y a estar con él,
aunque no lo vea.

A sentirlo cuando vuela, y es polvo,
cuando pasa, y me toca,
y es una caricia,
un escalofrío,
una mano fría que me recorre.

A verlo,
cuando tiembla el coironal, y es un brillo dorado,
que le anda por encima.

Estar ahí, sintiéndolo.

Adivinarlo contra la piel, cuando me pasa entre el pelo,
cuando barre la tierra,
y la reseca,
y la mueve.

Me voy a sentir el olor que desprende el desierto,
al pegarle el verano,
cuando sube en el viento, y es polvo,
y es sonido al arrastrarse entre las matas,
es polvareda,
que se aleja,
o que llega,
y que siempre esta pasando.

A mirarlo travesear,
reviviendo hojas caídas, a llevarlas,
a traerlas,
a que vivan, ya muertas.

Me voy a verlo viajar,
debajo de la luz,
cuando pertenece al sol,
o a no verlo, en las noches cerradas,
cuando la luna no aparece,
y pintado de negro es un fantasma,
que lleva el frío pegado a su soplido,
a su nada.

A mirarlo agitar las ramas,
y las flores de plástico,
verlo golpear postigos,
y sentirlo como sigue ahí,
siempre,
vuelteando, cerca de la tumba de mi viejo.
Dolido.
Haciendo entrecerrar los ojos,
a puro recuerdo.

Me voy a escucharlo decir, en su ruido, en su silbido,
insistiendo,
que la vida,
es un soplo, …un soplo de él.
Y eso es muy poco.
Eso es nada.

Y escuchar en la voz del viejo:

Al viento hay que verlo, y tener la paciencia de esperarlo,
…lo demás, lo hace él solo.

Leñero (Los dias de Juan Castillo)
Calidejaccobacci – (Carlos Hugo Mercapide)

Burbujea el mediodia,
en la piel de los lagartos

Como cuerdas los tendones
se prolongan en los brazos,
casi se arrancan del hueso
aguantando la barreta.

Sin querer sus ojos secos, buscan la de vino blanco.
Se para, mira a lo lejos
descarga un chorro en la tierra
y hace girar la botella,
la aprieta fuerte en la mano,
por un segundo a la vida
la siente junto al garguero, y en ese espasmo se queda.

El cielo se fue afilando,
en los bordes de su cara.

Se resfriega lentamente
la manga sobre la boca,
con los parpados cerrados
aguanta que el viento pase,
lo entierre un poco en la arena,
vaya buscando las bardas, y se encrespe en los neneos.

Un silbo se desvanece,
volando por el silencio.

Repite el trago sin gestos
esta vez mirando el suelo,
fija la gorra en la frente.

La ilusión de eternidad
que lo moja por adentro, se fue cumpliendo en su espalda.
Escupe, palma con palma
se agacha y agazapado
grita enterrando la pala.
De golpe parte el hachazo
(es un brillo centellante)
que mata al algarrobillo,
justo en la firme raiz, y en lo profundo de su alma.

Rebota la mano blanca,
del sol entre los pedreros.

CANTO A ZAPALA

Gregorio Álvarez

Zapala, perla engastada
en el nácar de un ensueño;
bella gema desprendida
del crucero de tu cielo;
Zapala, fanal que brillas
en la urdiembre de un empeño,
oasis de grata frescura,
vida luz y pensamiento…
Eres ánfora que vierte
una fontana de arpegios
que van dorando la aurora
de tus destinos soberbios;
eres la fuerza fecunda,
eres trabajo hecho apremio
y energía puesta en marcha
hacia los lindes del tiempo.

Umbral de las cordilleras,
mucho te baten los vientos,
mucho te azotan los fríos
aunque el sol bañe tus predios;
más a pesar de la furia
de los recios elementos,
mucho te quieren tus hijos,
mucho desean tu progreso,
mucho bregan porque seas
en la emplitud de tu suelo,
idea y forma expresiva
del más puro sentimiento.

Eres término del riel
que fue a probar el desierto;
centro vital del Neuquèn,
cartabón de su incremento,
y eres fiel de la balanza
que regula su comercio.

Eres también la Babel,
cita de todos los pueblos
que bajo un palio de afanes
están formado tu acervo.
La inquietud en forma varia,
hace vibrar un concierto
de mil voces que traducen
un propósito, un anhelo,
un sentir, una esperanza
y un explayar del esfuerzo
que ha de llegar a ser base
de tu mejor monumento.

Y eso será tu penacho,
y también será tu premio.
Zapala, perla engastada
en las valvas de mi ensueño.

Ya dentro del género narrativo, Hector Mendes publica un cuento que llama “Hume en primavera”. Se cuenta una historia de amor que transcurre en un espacio no determinado “del desierto”. Esta imprecisión locativa es justamente uno de los aspectos más interesantes de los elementos de la narración, porque si bien no se especifica un lugar en particular, la descripción del pueblo en cuestión podría ser prácticamente cualquiera de los pueblos de la Patagonia.

“Cada primavera desanuda en el desierto la furia del aire. Las ráfagas frenéticas entran a la ciudad, la invaden con torbellinos de polvo, le oscurecen el cielo. Vuelan por el pavimento reseco de la Avenida las ramas de coirones y cardos. La bruma de tierra cae sobre los techos con el sonido de la lluvia seca. El sol se opaca en un círculo descolorido y se respira un aire turbio. La gente se vuelve malhumorada, irritable. Se cierran puertas y ventanas y sólo se sale lo necesario. […] Los viajantes de comercio, los circos ambulantes y los predicadores evangélicos que por experiencia lo saben, no van a la pequeña ciudad enclavada en el desierto hasta que termina la estación de los vientos.”

Hume, uno de los personajes principales, es bibliotecario y solterón, y continuamente sostiene arduas discusiones con el resto de los habitantes del lugar, defendiendo al viento. Elina, la loca, como la llaman, también sale a la calle cuando el viento arrecia. Entre estos dos personajes se genera un romance que tiene como telón los fuertes vientos que azotan a la ciudad. A ellos no les molesta ese marco, todo lo contrario, disfrutan de los paseos con agrado, ante la mirada sorprendida e incrédula del resto de los habitantes.
Se conforman así, en la arquitectura del relato, dos grupos de personajes que se caracterizan por su relación respecto del viento: por un lado, Hume y Elisa, quienes no solamente gustan de las inclemencias del tiempo y de las fuertes brisas sino que además buscan esos momentos para encontrarse en la calle o en la plaza de la ciudad; por otro, el resto de los pobladores, que sufren el encierro y el malhumor en esos mismos momentos.
¿Qué explicación da Hume a sus azorados vecinos en defensa del viento? Hume dice:

“- La gente, … la gente se vuelve loca por el viento. Pero no hay que tenerle miedo. Y no hay que hacerle caso”

Cuando dialoga con Elisa, ambos sostienen la misma idea:

“-Me agrada pasear al atardecer, en el viento- dice ella (Elisa)
-Aquí la gente es … supersticiosa.
-Es por el viento -aclaró Hume- Le temen al viento.
-¿Y usted no?
-No. Pero ellos sí. -Responde Hume.

Hector Mendes, en este relato, introduce dos componentes que suelen asociarse al viento en la literatura patagónica: la locura y el miedo. Quizás nadie como Francisco Coloane, escritor chileno de principios del siglo XX, ha trabajado el tema de la locura en relación con el viento en la Patagonia. En su cuento “La voz del viento”, ambientado en Tierra del Fuego, Argentina, en estancias perdidas en la inmensidad de la estepa, rige la idea que expresa uno de sus personajes: “La naturaleza lo desintegra a uno, y luego lo integra a ella como uno de sus elementos”. En esta obra, los personajes, Denis y Lucrecia son un matrimonio que vive en una aislada cabaña. Él era carneador de la estancia, ella prostituta. Él, angustiado por la soledad que debe soportar, la retira del protíbulo de Río Grande en el que ella trabaja, pagando una suma. Se casan, pero la unión no se ha dado por amor sino por carencias propias: la soledad de él y el destino sin horizonte de ella. Por lo tanto, en poco tiempo ambos se sumen en la angustiosa soledad de dos, en el total desamparo. Denis, influido por su oficio de carneador y el ambiente, mata a su mujer sin que ésto le provoque remordimientos.
El viento, al inicio del cuento, es parte del inhóspito paisaje en el que los personajes deben organizar su sacrificada vida:

“El viento mujía sobre la lisa y helada meseta, levantando un polvillo de nieve hasta dos metros de altura, cerrando los horizontes a ras de tierra y formando un mar tempestuoso, extraño y ceniciento …”

Pero cuando Denis permanece indiferente al hecho de que ha asesinado a su mujer, el viento se encarga de recordárselo:

“Trataba de desentenderse de su desasociego … pero un día llegó una cosa que lo golpeó directamente y no pudo seguir engañándose: era el viento del oeste, ese viento formidable que sopla durante todo el año sobre Tierra del Fuego. … apenas llegó ese maldito aullar del oeste, cambió duramente de opinión: ¡Había asesinado a su mujer!
“Corrientemente, el viento del oeste tenía una voz grande, poderosa, ululante, … Ahora venía en el viento algo así como el sollozo de una mujer que hacía estremecer a Denis. … La voz del viento era como un látigo enorme que lo azotaba, el zumbido le trepanaba las sienes, le aserraba los tímpanos, metiéndosele por dentro y barrenándolo. … hasta que por fin la voz del viento había penetrado en el rancho mismo, para desde allí arrojar al criminal …”

Este cuento fantástico, en términos de Zvetzan Todorov, propone una ambigüedad de interpretación que únicamente puede ser develada por el lector de acuerdo con sus concepciones acerca del realismo y su aceptación de elementos sobrenaturales en comunión con lo natural o real. Esa ambigüedad se plasma aquí en el viento. El lector decide si es el viento el que tortura la conciencia de Denis, o si es la conciencia de Denis la que se proyecta en los sonidos del viento. Aún así, en ambos casos, este fenómeno atmósferico tiene un protagonismo crucial en el desarrollo y la resolución del conflicto, siempre en relación con la demencia del personaje principal.
Respecto del miedo, un aporte muy importante hace el chosmalense Ricardo Fonseca con su cuento “El monstruo”. Se toca aquí un tema tan interesante como es el miedo en los niños, ese miedo inexplicable, con esas visiones que ellos dicen tener, y que nunca son consideradas verdaderas por los adultos: o son atribuidas a la imaginación o a la inventiva de los pequeños, hasta que sucede lo que dice el narrador: “… se me dio la costumbre de no contar a nadie lo que me pasaba …”. Con la enorme vitalidad de un registro lingüístico coloquial, regional, a veces infantil, Fonseca recrea, desde una mirada retrospectiva del personaje adulto, el pensamiento y las vivencias del niño en una familia campesina patagónica, aterrorizado por las extrañas visiones que experimenta, a las que denomina “el monstruo”. Y el viento es parte de ese miedo:

“Pero lo que se dice viento eran los de antes: no sólo corrían, sino que también lloraban, gemían detrás de uno. Y me acuerdo, bien me acuerdo que el silbido del monstruo me empezó a llegar envuelto en ráfagas que bajaban por los cañadones, … Al principio no le hice caso … Pero luego dele y dele ese mismo chiflido, cada vez más inquietante, cercano y alargado como las sombras. Me fue entrando miedo. Tranqué la puerta y avivé las pocas brasas del rescoldo …”

El silbido del viento es una presencia, casi se corporiza de tal modo que asusta al niño. Finalmente, basado en antiguas tradiciones populares, se concede al viento un protagonismo creativo cuando se lo asocia a Pedro de Urdemales, un personaje que ha recorrido numerosas historias de la narrativa de habla hispana:

“Pero el viento no sólo es amigo de los guanacos, sino que también es el verdadero formador y deformador de todo lo que existe. Y de eso, el único que más sabía -según en ciertas noches nos contaba el papá- era Pedro Urdemales, quien decía que el viento no sólo había creado todo, sino que también había hecho y deshecho a las plantas y a los animales: liebres, zorros, ñanduces, y hasta las piedras y las bardas eran obra de su voluntá. Cualquier día nomás puede fijarse lo que hace con las nubes, arreándolas de un lado para otro, decía el papá, pa que vean que no les miento.

Así que el viento es el creador, dado que si puede mover las nubes para todos lados, le es extremadamente fácil hacer todo el resto. De este modo, se instala cómodamente en la leyenda y de allí pasa al mito, interviniendo en la creación de los elementos de la naturaleza. Otro texto fantástico que voy a mencionar es “Dos antiguas vasijas de barro” de Norberto Adrián Mondrik, escritor nacido en Buenos Aires, con una larga permanencia en Comodoro Rivadavia, ciudad en la que pasó casi toda su vida. Una empresa con nombre en idioma inglés llega a un pequeño pueblo con el objetivo de explotar “los mejores vientos” para la construcción y explotación de una planta de energía eólica. Necesitan hacerse del terreno, por lo que ofrecen a los vecinos comprar las propiedades. Todos venden, menos los Sotneivsol. La parcela de esta pareja de ancianos es la más pequeña de todas pero la más importante para la producción, por lo que la empresa debe litigar para conseguir la propiedad. Logra una sentencia a su favor, mientras el pueblo es azotado por fortísimos vientos, como siempre. Los Sotneivsol, deben dejar su propiedad, deben llevarse todas sus pertenencias, y entre ellas, suben al transporte “unas pequeñas vasijas”. Mientras ellos recorren el camino que los lleva a otro destino, no se sabe adónde, en la radio del camión se escucha el parte meteorológico que anuncia que los vientos han abandonado el lugar y que ya no volverán a soplar allí. Los ancianos son, entonces, los guardianes del viento.

Surge aquí un nuevo enfoque. El autor recrea el mito clásico: EOLO era el dios de los vientos, nieto de Hépotas, y vivía en la isla flotante de Eolia con sus seis hijos y seis hijas. Zeus, el dios supremo, le había dado el poder de aplacar y provocar los vientos y Eolo los tenía encadenados en un antro profundo, donde los gobernaba con absoluto dominio, apresándolos o liberándolos a su antojo con una actitud despótica, que, sin embargo, era muy necesaria porque todos los vientos en libertad podrían provocar graves desastres en el cielo, la tierra y las aguas. Eolo era en gran parte responsable del control de las tempestades, y los dioses sabedores de ellos, le imploraban su ayuda como hizo Hera, esposa de Zeus, una mujer muy celosa y vengativa, para impedir que Eneas desembarcase en Troya. También ayudó a Odiseo (Ulises, esposo de Penélope) que lo visitó para solicitarle ayuda en sus expediciones. Eolo lo trató muy bien, y le dio un viento favorable, además de un odre que contenía todos los vientos y que debía ser utilizado con cuidado. Sin embargo, la tripulación de Odiseo, creyó que el odre contenía oro y lo abrió, provocando grandes tempestades. La nave terminó de nuevo en las costas de Eolia, pero el dios se negó a ayudarles de nuevo. Eolo es representado empuñando un cetro como símbolo de su autoridad, y rodeado de turbulentos remolinos, los Vientos, cada uno de los cuales era un dios.

De modo que el viento es manejable. Mondrik traslada los elementos del mito clásico al conflicto de los personajes sureños. El viento se puede transportar de un sitio a otro en unas pequeñas vasijas de barro y no sólo influye sobre las personas, su carácter, su personalidad, sino que además estas personas pueden, como Eolo, disponer de él. No todos, únicamente los ancianos Sotneivsol, con su nombre diseñado por un anagrama en espejo, que son los que tienen los recursos, los medios, la forma, las vasijas, para trasladarlo. Los guardianes del viento pueden permitir que éste influya sobre las personas mientras pueden elegir con qué personas ‘convivir’, la consustanciación con la gente del lugar es tal que pueden permitir al viento luchar junto a ellos para subsanar lo que la justicia no pudo evitar. En la Patagonia, no son pocas las personas que han llegado y así como han llegado se han ido, corridos por el viento. Hay que aceptar al viento, para quedarse a vivir en la Patagonia. Aceptar al viento, es aceptar a la Patagonia, su gente, su paisaje; en el conviven los extremos más distanciados. El viento lucha junto a su gente para conservar el acervo de la tierra.

Y para cerrar, he querido tomar una poesía de un joven escritor patagónico, Walter Cuevas, quien tiene una banda de música en Neuquén, «Choique Urbano», y ha compuesto este aire de vals peruano que ha titulado, justamente “Viento”. En este tema, Walter se ubica en el primaveral octubre, cuando el viento se siente tan fuerte que va deshojando día a día a la primavera. Se introduce aquí el juego de los niños, elemento poco frecuente en la literatura:
. . . . . . . . . . . . .
Cometas que surcan cielos
y que siembran su extensión
Con mil colores de viento
niño y sol.
. . . . . . . . . . . . .
Pero frente a este elemento, surge también otro, muy frecuente en la literatura que es la necesidad de refugio que los habitantes tienen cuando aparece el viento:
. . . . . . . . . . . . .
Cabezas gachas que buscan
refugiarse y descansar
pasa el viento indiferente
sin mirar.
. . . . . . . . . . . . .
Es notable cómo este joven poeta y músico neuquino, con un lenguaje diáfano, sencillo, y no obstante, rico en recursos líricos, recupera todas las vivencias literarias de otros escritores patagónicos: la fuerza del viento en la primavera, la pérdida de los colores cuando se larga el viento, las aves, el río, el árbol, los cielos … todo, convive con el viento. Pero para el hombre es diferente: cuando niño, juega en el viento, al sol, llenando el cielo de barriletes de colores. El viento es parte de su juego, en un afuera, un ámbito exterior, en contacto con toda esa fuerza de la naturaleza que modela y moldea. Cuando ese niño es hombre, busca el adentro, el espacio interior en el que se guarda cuando sopla el viento. En dos estrofas, Walter describe con exactitud y sencillez todo ese proceso que pareciéramos experimentar los habitantes de la patagonia, un proceso de introspección.
Como conclusión: Este tópico literario, el viento, como hemos visto, se instala en los orígenes de la tradición. Las obras más antiguas de la literatura de occidente, los poemas homéricos, el poema de Gilgamesh y los himnos sumerios, lo incluyen ligado al mito, a la religión, en donde las referencias meteorológicas son muy claras. Gilgamesh pide fuerzas al dios Sol para vencer en la batalla y el texto dice:

«El dios Sol, dios del cielo, oyó el ruego de Gilgamesh y levantó contra (el gigante) Huwawa poderosas tempestades: el vendaval, el viento del Norte, el viento del Sur, el huracán, el viento helado, el ciclón, el viento de todo mal. Ocho vientos se levantaron contra Huwawa … »

Por otro lado, esta presencia de los fenómenos meteorológicos ha sido tan duradera que bastaría ojear cualquier novela actual para encontrar que los autores siguen apoyándose en este tipo de descripciones climáticas como marco de sus narraciones. No puede, pues, pensarse en un sólo momento de la historia de la literatura en el que no hubiese referencias a la meteorología y a lo Meteorológico como un personaje omnipresente que sin embargo ha parecido pasar de puntillas; como una constante que, claro está, dependiendo de las épocas, se ha manifestado por diferentes motivos y de muy diversas maneras.

¿Cómo se considera al viento en la literatura patagónica? Voy a responder tomando los elementos en común que tienen todas las obras mencionadas. Hay una personificación del viento, tanto en los textos líricos como en los narrativos. En el esquema comunicativo ficcional que propone el poema, es el receptor implícito de un yo lírico que le habla como si le pudiera responder. Ya hemos visto que en las narraciones se comporta como algo más que una masa de aire que se traslada de un lugar a otro. Tiene un protagonismo que define la vida, y a veces la muerte, de los personajes.

Como hemos visto, la literatura patagónica se inscribe con toda comodidad en la literatura universal, recreando mitos y leyendas, estilos y formas literarias. No obstante, los poetas han sabido imprimerle un sello distintivo, que está dado por el paisaje, como por ejemplo el poema “Canto a Zapala” de Gregorio Alvarez; por la presencia de sus personajes como el “Leñero” de Carlos Mercapide. Y por la presencia del viento y la forma en que se trata a este hermano, a este amigo, a este habitante de la Patagonia, que no es cualquier habitante. Su protagonismo es tal que condiciona y moldea la vida y la personalidad del resto. Este habitante es un señor patagónico, un rey, para Walter Cuevas en su poesía. Y es también uno de los rasgos marcados que puede exhibir nuestra literatura patagónica como parte de su personalidad. El tema es muy amplio y este trabajo muestra apenas una mínima parte de lo que podría abarcar. Es un desafío, un camino a recorrer en el futuro.

Conclusión

¿Por qué motivo se considera la inclusión de la literatura regional, en este caso, de la literatura patagónica, en las currículas escolares junto con la literatura nacional y universal?
Sería de esperar que la escuela contribuyera a acortar las distancias y a disminuir las diferencias entre los sectores que se posicionan de una manera dominante y los que necesariamente quedan en la marginalidad en esta compleja y tan mentada globalización.
¿Cómo se considera la diversidad cultural dentro de esta globalización?

En líneas generales, se da un desconocimiento de las raíces y una pérdida paulatina y progresiva de la diversidad cultural, incluyendo en ello la pérdida de la vitalidad de todas las lenguas que no son las medulares de la globalización. Por esta causa, corresponde a LA ESCUELA rechazar actitudes de indiferencia, apatía, mansedumbre o resignación; asumir un protagonismo en la preservación de valores identitarios culturales, trabajando con todo el grupo de docentes.

¿Por qué la literatura regional?

Porque desde allí el docente y el alumno pueden acercarse al relato oral y escrito, respetando la identidad y la diversidad cultural, que son los elementos que tienen que ser fortalecidos para que nuestras sociedades puedan luchar “desde adentro” frente a este mundo globalizado que, de no ocurrir así, nos deja huérfanos de valores culturales propios. El libro, como ya se dijo, puede responder a los intereses de un mercado editorial o puede responder a intereses propios. Y es en la exploración de este camino que se cree conveniente resaltar el valor de las literaturas regionales.

BIBLIOGRAFÍA

Balcárcel, José Luis. América Latina: historia y destino. Homenaje a Leopoldo Zea, tomo I. México, UNAM, 1992.

Dieterich, Heinz. Identidad, economía y democracia en América Latina. Ponencia presentada en el II Encuentro Internacional de Economistas. La Habana, s/e, 2000.

Ferreiro, Emilia, Pasado y presente de los verbos leer y escribir, Bs.As, FCE, 2001

Ruedas de la Serna, Jorge. El problema de la identidad latinoamericana. México, UNAM, 1985

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