Con los ojos bien cerrados

Morfeo es uno de los mil hijos del Sueño (Hipno). Su nombre, derivado de la palabra griega que significa “forma”, indica su función: está encargado de adoptar la forma de seres humanos y mostrarse a las personas dormidas, en sueños. Como la mayoría de las divinidades del sueño o de los ensueños, Morfeo es alado. Posee grandes alas veloces, que se agitan sin ruido y lo transportan en un instante a los confines de la Tierra. 1

Lo que más le gustaba era la forma en que podían dormir juntos. Podían dar cientos de vueltas en la cama y siempre continuaban abrazados. Tanto si hacía calor como si hacía frío, ellos dormían plácidamente, uno en brazos del otro. Uno de los acomodos favoritos era cuando él dejaba un brazo debajo de su cabeza y pasaba el otro por encima de su cintura, mientras esa cálida pancita de hombre mayor presionaba sobre su zona lumbar. Era corpulento, bien formado, macizo. Y esa misma conformación le producía una sensación de seguridad y calidez como jamás en su vida había experimentado.
Otro, era cuando ella le pasaba uno de sus brazos por debajo del cuello, y el otro por encima de la cintura, mientras sus pechos desnudos se le apretaban en la espalda. Dame un gusto, le había dicho un día, sacate el corpiño, para sentir tu piel, no ese trapo. Es que a él le gustaba su piel. ¿Qué te gusta que me ponga? Nada. Me gusta tu piel, no me interesan los aros ni los collares, los perfumes, las pinturas o las telas caras. Me gusta ver y tocar tu piel. Es que ella tenía una piel hermosa, que el tiempo, tan irreverente, había respetado mucho más de lo que era usual. Y era delicioso sentir ese calorcito, cuando apenas se despertaba en medio del sueño, para acomodarse mejor y seguir durmiendo profundamente.
Otro, era cuando él dormía casi de espalda, apenas inclinado sobre ella, con un brazo debajo de su cuello, y ella podía apoyarle su cara contra el pecho y cruzarle un brazo encima, mientras el otro brazo descansaba horizontal a los cuerpos o acudía, luego de un tiempo, a ubicarse por debajo de la cabeza de él, quien se revolvía de gusto, casi ronroneando suavemente, como hacen los gatos cuando encuentran un lugar hospitalario para dormir o para regodearse de mimos. En esa posición, ella le podía cruzar una pierna por encima o acomodarla entre las dos de él, con lo que el placer se multiplicaba por dos, como las piernas de ella, o por cuatro, como las piernas de ambos, o por ocho, como las piernas y los brazos anudados.
Muchas veces, cuando el cuello de ella se apoyaba en el brazo de él, a sus mentes acudían los sueños. Y ella movía apenas su cuerpo, como temiendo perder ese instante, frunciendo levemente el seño y entreabriendo los labios, sin despertarse; su cabeza se inclinaba hacia atrás, y se deslizaba hacia el costado. Y él, un poco agitado, percibía todo ese movimiento … era tan bonito su cuello, con el mentón hacia arriba, tan lindos sus hombros, blancos en invierno y bronceados en verano, redondeados, tan tentadores sus pechos, que se acomodaban desnudos a la necesidad del cuerpo … Él la miraba en su hipnosis y le depositaba un beso en alguno de esos centímetros cuadrados, para seguir durmiendo plácidamente, como quien tiene el porvenir asegurado.
A ella le gustaba dormir boca abajo, con una pierna estirada y la otra recogida. En realidad era una costumbre que había adquirido de tanto llorar. Porque así hundía la cara en la almohada mientras acercaba la pierna al pecho intentando cerrar el círculo por algún lado. En cambio ahora, se quedaba dormida mientras sentía las caricias de él, que le habían ahuyentado el llanto.
En ocasiones, ambos yacían de cara al cielo, muy rectos, uno junto al otro con los brazos extendidos a lo largo. Cualquiera hubiera podido pensar que ni se conocían, si no hubiera sido por sus manos. Las dos manos que quedaban en el medio se cruzaban a la altura de las muñecas, y sus dedos se tocaban y se entrelazaban suavemente durante el sueño. Largo tiempo aparecían como un solo puño de garfios alternados; por momentos tensos, para después relajarse. Luego, el puño de ella desaparecía y sólo se veía el de él, fuerte, protector, y provocaba que a ella le diera como un ataque de ternura y volteara de costado, tomando esa mano entre las suyas, para cobijarla con amor. Es que en esas manos resumían la vida en común.
Porque no todo en la vida de ellos había sido un buen sueño. Cada cual venía de sus propias pesadillas o insomnios, que es lo mismo, y como quien dice, habían bajado las alas, o lo que es peor, las habían perdido, a fuerza de no usarlas. Para colmo, la gente que los rodeaba también se mantenía en esa conveniente altura; por prudencia, claro.
Por esas cosas de la vida se habían encontrado, y decidieron caminar uno junto al otro acordando que sería sin esperar nada del camino, ni del otro, en lo posible, tratando de no despegar la vista del suelo, cosa de no perder el rumbo. Al principio, sus pasos fueron lentos y seguros; es más, hasta arrastraron los pies, porque tenían miedo de que se les despegaran involuntariamente del suelo. Comentaban con sus amistades esta sabia decisión, y todos aprobaban: ¡que suerte tienen los que pueden controlar su tránsito!
Un buen día se les ocurrió que por poco tiempo podían abandonar esa posición vertical, tan incómoda, y ponerse horizontales, como habían visto hacer a los pájaros cuando deciden que están cansados de caminar. Y se tendieron en la playa o en el campo, sobre el pasto o sobre la arena mojada. Claro, así todo se ve de otra manera; los cuerpos se relajan por la sencilla razón de que tienen una superficie de apoyo muchísimo mayor, y ya no es necesario conservar la espalda recta y la cabeza erguida. Así, cada vez se dieron más tiempo para estar horizontales, y esto les permitió ver docenas de verdes en las copas de los árboles y el cielo azul; mirar durante el día las nubes que pasaban y de noche las estrellas y la luna. Una experiencia incomparable.
Era tan excitante esa lasitud que ganaban con la horizontalidad compartida, que en un momento dado se durmieron. Y fue tan hermosa la experiencia que luego decidieron que comenzarían a dormir juntos, o lo que es lo mismo, a compartir los sueños. Por eso a ella, lo que más le gustaba era dormir con él, porque la vida se había encargado de mostrarle que quienes pueden compartir el sueño, también pueden compartir la vigilia. Es algo que de tan obvio, suele pasar desapercibido; y solamente se evidencia para aquellos que saben ver, con los ojos bien cerrados

1) GRIMAL, P. Diccionario de Mitología Griega y Romana, Argentina, Paidos, 1997

Un comentario en «Con los ojos bien cerrados»

  1. Ay Negra!!!! ay, ay, ay… me subiste a un trampolín y me bajaste a la profundidad de mis días… de mis propios días, como mirando en un espejo! me (nos)ví en esas posturas, y sobre todo en la frase: dormir juntos o, lo que es lo mismo, compartir sueños…. Por eso a ella lo que más le gustaba era dormir con él, porque la vida se había encargado de mostrarle que quienes pueden compartir el sueño también pueden compartir la vigilia.
    Nuestras vigilias pueden ser de dos, cuatro u otro lazos trenzados, o de dos o de tres o cuatro cuando los peques reclaman la presencia con una tos o una pesadilla… y también aprendí a dormir sin llorar porque las lágrimas, si vienen, son parte de la vigilia de dos… que son cuatro… que suman infinitos.
    Gracias por convidarme con este texto… y si me lo prestás, me gustaría ponerlo en mi blog.

    Abrazos… tan largos que casi te toco, mirá!

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