Cristina, su sociedad más igualitaria y la delincuencia.

 

“Hoy somos una sociedad más igualitaria que la semana pasada. …Miles habían conquistado los mismos derechos que yo tenía”.  Así se expresó Cristina en el acto de promulgación de la ley en la Casa Rosada.

 

Se promulgaba la ley de matrimonio homosexual, como cierre de un proceso por todos conocido, en el que no estuvo ausente la intervención de los medios y una manipulación política entre Cristina versus La Iglesia para darle al tema una preponderancia que está muy lejos de tener en el imaginario social del país y en los intereses y las necesidades inmediatas de los habitantes. Escuchando a la presidenta, cualquiera que no conoce la vida actual de los argentinos podría llegar a suponer que aquí se les arroja piedras  por la calle o se intenta colgar en la plaza pública a las personas que eligen a otras de su mismo sexo para entablar relaciones.

 

No se trata de desmerecer el interés y la preocupación del ejecutivo ni el trabajo de los legisladores  por esta minoría; muy por el contrario, me parece saludable que se blanquee una situación que se da de hecho, lo cual permitirá abordar  dentro de la ley cualquier circunstancia que así lo requiera, como corresponde a una nación que pretenda regirse en el marco del estado de derecho. Sin embargo,  considero que habría que preguntarle a la mandataria en qué lugar se encontraba cuando pudo advertir “una sociedad más igualitaria”. Porque las desigualdades que están desintegrando a la sociedad argentina no se generan en las preferencias de los homosexuales ni en los perros que están sobrando por las calles, motivo de la nueva polémica.

 

El 9 de julio de 2010 fui asaltada y brutalmente golpeada al intentar ingresar a mi casa. Si no hubiera sido por la intervención oportuna de unos vecinos no sé si estaría aquí escribiendo esta nota. Intervino la policía, el hospital, gran despliegue. Conjuntamente con los vecinos, que oficiaron de testigos, identificamos al agresor con nombre y apellido. Días después, y tras muchos empeños de averiguación, pude constatar que una vez armado el expediente pasó al juzgado que corresponde y allí seguirá la causa.

 

Por estos días mi vida está centrada en concurrir a todos los especialistas que en base a las heridas que el agresor dejó en mi cuerpo y en mi mente pueden ayudarme a demostrar que he sido víctima de maltrato. Mientras tanto, el atacante y quienes lo ayudaban se desplazan con tranquilidad absoluta por el barrio, a vista y paciencia de todos.  Al comentar el incidente a los ocasionales interlocutores comienza la antología oral de hechos similares, y el escepticismo de los relatores respecto de la posibilidad de obtener una solución justa para este acto delictivo.

 

¿Será ésta la sociedad más igualitaria que invoca Cristina? ¿Cómo se puede hablar de sociedad más igualitaria cuando todo el aparato judicial, con su operatoria, metodología, instrucción, llámese como se llame, parecen estar puestos al servicio de los delincuentes? ¿Tienen más derechos los delincuentes que quienes –al menos todavía- no hemos sido acusados? Debo aclarar que mi agresor es un visitante asiduo de comisarías y hasta un huésped destacado dentro del penal provincial.

 

Señora presidenta, señores ministros, legisladores, gobernadores, intendentes: el país se desintegra material y moralmente. Se ha instalado una cultura de la delincuencia tal,  que la situación de inseguridad es el común denominador más destacado de todos los argentinos. Mientras tanto, en la Cámara Alta y la Baja cuesta un Perú conseguir el quórum, pasamos días enteros desarrollando brillantes exposiciones sobre temas que si bien son importantes para el buen funcionamiento social, no son de imperiosa urgencia.

 

La revisión de las leyes que regulan el procedimiento policial y judicial, el alcance y las características de las condenas, tantos temas que no puedo determinar porque no me alcanza el conocimiento jurídico, bien podrían ser motivo de preocupación para el ejecutivo y proponer su análisis en el Congreso. Basta con escuchar a la gente que uno tiene alrededor para enterarse del grado de delincuencia que castiga la existencia cotidiana, pero hasta donde yo sé, a nadie se le ha ocurrido tomar cartas en el asunto y generar la discusión para ver cómo se puede abordar un problema que deja todos los días un reguero de muertos por la calle. ¿Qué clase de país les pensamos dejar a las generaciones venideras? Porque nosotros … ya estamos de vuelta.