Es de la industria colosal obrero.
Su recia contextura
es férrea y vigorosa;
en su musculatura
de bien templado acero
hay vibración de fuerza poderosa.
Y alimenta la vida en sus entrañas
con negro corazón de las montañas.
Fue del sabio en la mente pensadora
donde meció su cuna;
es hijo de la ciencia bienhechora
y del progreso raudo;
mas quiso caprichosa la fortuna
al mirarle su faz de sombras llena
ceñirle del esclavo la cadena.
Es de la humanidad humilde siervo
que cual simún de los desiertos vuela,
Recorriendo el espléndido camino
que nos traza la estela
del futuro destino.
Miradlo, ya principian sus faenas;
su alimento devora;
sus fauces ya están llenas;
en su vientre incendiado
rojo carbón crepita;
¡la fuerza se elabora!
Sus músculos de acero se estremecen
y crujen sus cadenas;
su corazón palpita
por creadora fiebre devorado,
y al expirar, exhalan sus pulmones
rugidos estruendosos de leones.
Su bronco pecho de vapor henchido
estalla ruge y grita,
y su lengua metálica se agita
para rasgar el viento
con un hondo gemido
y un postrimer, desgarrador lamento.
Ya como en raudo vuelo
emprende su carrera,
abandonando en el azul del cielo
los rizos de su undosa cabellera.
Y parece al partir vertiginoso
que movido por recios vendavales
apagar pretendiera en un abismo
la fiebre que devora su organismo;
mas como siervo fiel y cuidadoso
vela por los viajeros que conduce
de su cola mullida entre cristales.
En su marcha se escucha,
de un ave gigantesca;
y si en su pecho la fatiga es mucha
su garganta flamígera refresca
con aguas cristalinas,
y sigue en agradable balanceo
cruzando alegres valles
y frondosas colinas.
Viajeros pensativos,
dejan vagar su vista en la llanura,
donde las frescas y móviles frondas
parecen mar de límpida verdura
cuyas revueltas ondas
huyen precipitadas:
y las sierras, del sol a los reflejos
cual costas de ese mar vense a lo lejos
de zafir y de nieve matizadas
entre los pliegues de dorados chales;
y al través de los nítidos cristales,
parece que girara presuroso
de los confines el perfil sinuoso.
Audaz se balancea
en el celeste espacio
cuando atraviesa la región vacía;
oh nuevo Polifemo prepotente
en la noche sombría,
la pupila de fuego de su frente
deslumbra y centellea
cual colosal topacio
en combustión hirviente.
Se lanza entre la bruma
hasta llegar del mar a la ribera,
como si refrescar sus pies quisiera
entre la nívea espuma.
Como inmensa serpiente
se desliza enroscado a la cintura
de la roca tangente
hasta ganar la altura;
luego se precipita cual torrente
por hondas cavidades
despertando dormidas soledades.
Taladra las graníticas entrañas
de las agrias montañas
y las más escarpadas cordilleras:
penetra de las selvas hasta el seno
y con su voz de trueno,
hace temblar a las fieras hirsutas
en sus guaridas hondas,
enredadas dejando en los ramajes
de las viejas encinas,
de su melena de humo grises blondas,
cual vaporosos trajes
o fugaces, undívagas cortinas.
Al llegar, cual intrépido gigante,
al fin de su jornada,
extingue la purpúrea llamarada
de su pecho jadeante,
y en la estación, cubil do se guarece,
el monstruo queda.
Eduardo Talero
Mi agradecimiento a Martha Ruth Talero, querida amiga, que me ha permitido copiar la obra de su abuelo.
Neuquén, 16 de julio de 2010