Todos sabemos que una de las denuncias más acuciantes que hace oir la sociedad es por la inseguridad en que se vive. Por esto, todo el mundo intenta resguardarse de muchas maneras contra todo el resto del mundo: rejas, alarmas, perros guardianes, vigilancia privada, barrios privados … Poco a poco se puede ir comprobando su relativa eficacia, o mejor dicho, su ineficacia.
Por otro lado, revisando en mi recibo de sueldo los descuentos por aportes asistenciales, puedo sumar aproximadamente $ 370,00 cuando soy la única afiliada por la que, en caso de enfermedad, debería responder el ISSN. Doy gracias al cielo porque mi salud me viene acompañando bastante bien, hasta ahora, pero parece ser que de enfermarme, mi suerte cambiaría mucho. Antes todos nos queríamos jubilar por el Instituto; ahora, cada vez miramos con mayor interés o con envidia a otras Cajas.
En otro orden de cosas, me ha tocado batallar con los servicios de comunicaciones, telefonía móvil, conexiones a internet y “demases”. En estos trámites, el cliente usuario experimenta toda clase de educado y distinguido maltrato, a vista y paciencia de los organismos de contralor, que son sólo una calle y un número.
En el cotidiano deambular por las diferentes oficinas no es imposible escuchar explicaciones que dejan al ciudadano en la más absoluta orfandad administrativa: no podemos hacer nada por usted, no tenemos autoridades, nuestra repartición está tomada, vuelva dentro de dos semanas, etc.
Y así se podrían seguir enumerando situaciones en las que el sujeto se encuentra solo, y en la más absoluta indenfensión. Está claro que la inseguridad es un estado generalizado que toma las formas más curiosas e insospechadas para dejarnos, literalmente hablando, en Pampa y La Vía, esperando que nos levante algún tren.