EDUCACIÓN: LITERATURAS REGIONALES E IDENTIDAD

Introducción

Este artículo corresponde a un avance de investigación realizado sobre un corpus de textos literarios escritos en una región muy vasta de Argentina: la Patagonia. Se ha tomado el tema del viento como hilo conductor del análisis que se propone congregar el mayor número posible de piezas producidas en esta geografía en la que el viento es algo más que una masa de aire que se desplaza, más que un fenómeno atmosférico, climático, para ser una presencia que surge personificada en poesías y narraciones.
No obstante, el análisis literario no es, en este caso, el objetivo final, sino que se utiliza como una estrategia de fundamentación del valor de las producciones regionales a la hora de poner en contacto a nuestros alumnos no sólo frente a los contenidos literarios que les brinda la escuela sino también con su entorno cultural y afectivo. Esta propuesta se genera en la observación de un hecho que consideramos importante: la escasa o nula presencia de la literatura regional en las currículas escolares, al menos en las escuelas de la región que nos ocupa. Por esta causa, se ha intentado delinear un contexto de apreciación adecuado para fundamentar una tesis: la inclusión de obras literarias regionales fortalece la identidad de los alumnos de la región en cuestión. Sigue leyendo EDUCACIÓN: LITERATURAS REGIONALES E IDENTIDAD

CLONACEPAN: EL VOLUNTARISMO DE LA WEB Y EL RIVOTRIL

«Y aprendí que lo mas importante en la vida, no es ganar dinero, ni ascender en la escala social, ni recibir honores… Lo mas importante en la vida, es el tiempo que dedicamos a cultivar una amistad.»

– Descreimiento … … RIVOTRIL

«Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera”.

– Autoengaño … … … RIVOTRIL Sigue leyendo CLONACEPAN: EL VOLUNTARISMO DE LA WEB Y EL RIVOTRIL

UVAS DE LA IRA (Dos poesías de Joaquín Sabina)

I
A buscarse la vida habían venido
y les tocó la muerte en las rebajas.
No era suya la guerra que han perdido
en el infierno insomne de Barajas.

Hasta Ecuador llegó la mar amarga
del carnicero que reparte luto,
la descarga activó la mano larga
del animal humano, innoble bruto.

Sudacas, moros, negros, ostrogodos,
cayucos sin papeles, naufragando,
hincando las rodillas y los codos.

Todavía los están desenterrando,
esta noche tan vieja, casi todos
somos Carlos Alonso y Diego Armando.

II
Bendito corazón ultramarino
que muere sin saber de lo que muere,
maldito profesor del asesino
que mata porque ignora lo que quiere.

Maldita sea el hacha y la serpiente,
el cuchillo, el disparo, la amenaza,
la baba al portador, la uña con diente,
el cliente del mudo y su mordaza.

Malditos reyes magos con zambomba,
maldita madrugada desalmada,
maldita maldición en coche bomba.

Bendita arequipeña desnoviada,
uvitas de la ira, sangre en tromba,
margarita de Quito acribillada.

Joaquín Sabina (11 enero 07)

La palabra

Una puerta de entrada, es la palabra,
que comprende lo dicho y lo callado,
misterioso universo diseñado
por un mago que dijo: «Abracadabra».

En el conjuro se unieron los fonemas
engalanados de rasgos diferenciales,
raudos, precisos, infinitesimales,
plasmaron los sonidos, los grafemas.

Condenados a perpetuo matrimonio
en nuestra condición escrituraria,
van del Génesis al Deuteronomio

creando una historia estrafalaria
que forja tanto al dios como al demonio,
y funda una utopía libertaria.

LA DUNA – IRMA CUÑA

La duna era una ola adormecida:
una ola de arena blanda y fina.
Caímos en su almohada de rodillas
y jugamos pasar allí la vida.

De rodillas, filtrando entre los dedos
la arena rosa, parda y amarilla;
ocultando en su fuga los pies lentos;
construyendo montañas y colinas.

¡Qué tibia su caricia soleada
por los soles ardientes de cien días!
¡Qué dulce el ahondar de la pisada
que cava los hoyuelos de su risa!

La duna es el recuadro de mi valle:
mil olas no hace mucho removidas
por el viento monótono y salvaje.
La duna es el paisaje de mí misma.

El bosquejo – IRMA CUÑA

Padre: yo intento dibujar Tu forma
al perseguir Tu sombra en las arenas.
Alguna vez Te detendrás y entonces
completaré el perfil, si Tú me dejas.

Padre: Tu sombra sobre el viento he visto,
larga, muy larga sobre un solo soplo,
y he retenido sobre el agua un rasgo
de tu mano veloz: un trazo solo.

¡Cuándo te detendrás! Tengo un bosquejo
desmesurado y simple de Tus pasos.
Voy retocando y siempre me equivoco.
¡Detente al fin, que he dibujado tanto!

en NEUQUINA ( 1956)

CUANDO LA VOZ CAE – IRMA CUÑA

I

Nos distraemos
cuando la luz cae desde más lejos que la luna blanca,
desde mucho más lejos que los mundos.

II

Decir era la flor,
el aire entero,
las caracolas altas
y unas palmas.
Cuando venía a sorprender el aire
la arena breve.
Decir eran los ángeles atentos
y dos pájaros blancos
y unas algas
atravesadas por la sal inquieta.
Decir era una vena,
sangre toda
encauzada en auroras y gargantas.

III

Si levanto mi voz es que está sola
y nos sorprende el alba
a nosotras, mi voz y yo,
distantes
en la no prevención de tener alma.
Ignoramos la prisa,
largos vientos,
hemos visto pasar las caravanas.
(Unos iban a pie, otros en alas.)
Pero igual es decir raíz que vuelo,
no hay apuro en verdad detrás del ansia.

Estremecido atardecer espera
la misma soledad acostumbrada.

IV

Noche es ya. Noche entera.
La voz se ha levantado para cortar las ramas.
Precipita dos pájaros nocturnos
y se le olvida un nido.
Noche alzada.
En la actitud desvelo y muchedumbre.
Esta la voz no alberga telarañas
sino las juega al viento, y el él arden,
estrellas celulares, sin galaxias.

(1963)

Una fotografía de Jorge L. Borges (calideJacobacci)

El derecho mirando hacia el horizonte,
y la nada laberíntica.

El otro ojo hacia el cielo, observando el celeste total
de su ceguera infame.

Las cejas elevadas,
de burlador mítico,
orillero.

La boca entreabierta,
cansada,
de justificar ficciones.

Su nariz en sombras,
de postularse entre héroes lícitos y malevos.

El rostro burlón, acorralando un poema infinito,
adivinado por su voz,
de incansable viajero de las palabras.

(1989)

“Gringos” y “negros” Por Ezequiel Adamovsky *

Si uno pudiera analizar muestras del 20 por ciento más pobre de los argentinos y del 20 por ciento más rico, hallaría diferencias bien visibles. Además de la obvia –la de sus ingresos y todo lo que viene asociado con ellos–, otro contraste evidente sería el del color En Argentina, la jerarquía que da el dinero coincide casi perfectamente con la que da el color de la piel. Existen varios motivos históricos para esta superposición de la clase con la “raza”. Uno, no menor, es que las elites que en el siglo XIX organizaron el país tomaron decisiones económicas y políticas que terminaron beneficiando más a los inmigrantes europeos que ellas mismas convocaron, que a los nativos de este suelo. Mientras se exterminaba a los indios y se empobrecía a las zonas del interior, que tenían mayor presencia de mestizos, la región pampeana encontró el camino a una gran prosperidad. Allí y, en general, en la mayoría de las zonas urbanizadas, los europeos recién llegados y sus descendientes terminaron aprovechando las mejores oportunidades. El proyecto de la elite también estuvo acompañado de una poderosa ideología que se impartió desde la escuela y por todos los medios disponibles. Desde tiempos de Sarmiento, todo lo criollo, lo indígena y lo “negro” pasó a considerarse un signo de “barbarie”, un obstáculo en el camino a la “civilización”. Con el tiempo esta dicotomía se volvió sentido común en la Argentina, que aprendió a pensarse como un país blanco y “europeo”. “Los argentinos descendemos de los barcos”, dice el refrán, a pesar de que la mayoría de la población actual del país lleva sangre no europea en las venas. El ocultamiento de la “negritud” bajo el mito de la Argentina blanca fue y sigue siendo una forma de racismo implícito. Pero toda vez que “los negros” se hicieron notar en la historia nacional, el racismo se manifestó de manera más explícita. De ellos se acordó la cultura dominante cuando deploró las montoneras que secundaban a los caudillos o los “cabecitas negra” que apoyaban al peronismo. Los prejuicios raciales todavía contribuyen a reforzar el sesgo racial en la desigualdad social que heredamos del siglo XIX. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en otros países, de esto en la Argentina no se habla; se trata de un tabú, porque se supone que aquí “no hay racismo”.

El reciente conflicto entre los empresarios rurales y el Gobierno hizo visible la “cuestión racial” como nunca. Los medios repitieron hasta el hartazgo las manifestaciones de odio a la Argentina “blanca” y rica de Luis D’Elía y la trompada que le propinó a un cacerolero. Universalmente se cuestionó a D’Elía como “autoritario” y “violento”. El escenario político quedó simbólicamente dividido entre, por un lado, un gobierno peronista apoyado por (o manipulando a) negros pobres, y por el otro, lo que los movileros de la TV llamaron sencillamente “la gente”. Pocos se hicieron eco de la explicación de D’Elía: que quien se ganó el golpe ese día venía gritándole “negro de mierda”. De hecho, la catarata de desprecio a “los negros” por parte de los que salieron a cacerolear por el campo fue tan intensa, que varios diarios lo consignaron en sus reportes. Los propios prejuicios raciales que expresaron algunos movileros se hicieron tan notables, que motivaron una inédita resolución de protesta del consejo directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Aunque sigamos negándonos a reconocerlo, la sociedad argentina está dividida según líneas de clase y de color de piel que existen desde hace mucho tiempo. El racismo contra lo nativo, lo criollo y lo negro está allí desde que la elite hizo de él su bandera “civilizatoria”. Desde entonces se utiliza el odio racista para desacreditar toda participación de las clases populares en la vida política. Aunque hoy nadie lo recuerda, también a Yrigoyen se acusó de ser caudillo de “los negritos”, mucho antes de los estereotipos del peronismo como “cosa de negros”. Mal que les pese a quienes golpearon cacerolas estos días –y también a los productores rurales que se autodenominaban “los gringos” como para distinguirse de los otros piqueteros, los “negros”–, la democracia no es una mera forma de gobierno, sino el gobierno efectivo del pueblo. Y en Argentina el pueblo no se compone sólo de personas con medios económicos, “cultura” y un color aceptable a ojos de los más blancos. Se piense lo que se piense de este gobierno o de las costumbres de D’Elía, resulta demasiado hipócrita mirar el autoritarismo y la violencia de unos, sin advertir que están conectados por hilos invisibles con el racismo, el odio a los pobres y el carácter profundamente antidemocrático de muchos argentinos (incluyendo a los que se imaginan que son tolerantes, educados y democráticos). Llegando ya al Bicentenario, se impone hacer un debate sincero sobre la desigualdad y sobre la relación entre lo “gringo” y lo “negro” en nuestra historia y en nuestro presente.

* Historiador, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), investigador del Conicet.